Dicen que De la Rúa llegó a pensarlo como embajador en El Vaticano. Y que Lorenzetti hasta lo imaginó como mediador con Rosatti al ver el expediente una vez apelado a la Corte. Pero Carmelo L’Episcopo ahí está, firme junto al pueblo, litigando en los tribunales por una jubilación más justa. Solo eso es lo que quiere. «A llorar a la Iglesia», le largaron por default en una mesa de entradas sin advertir su apellido. «No te hagas rollo por el apellido. Tiene cura», le habían aleccionado de niño… En fin.