Es la guitarra de Lollo, que quedó solo (y algo más)

El solía ser visto en la esquina del Varela Varelita, Scalabrini Ortiz y Paraguay. Generalmente al atardecer, cuando partía raudo y frenético hacia sus recitales nocturnos ataviado en modo cuero y siempre con su guitarra. Allí lo esperarían una y otra vez los Miranda. Esta vez el show era en La Rural, para la fiesta del Colegio Público de Abogados. Pero nunca llegaría. O lo haría tarde. Desde el bar lo reconoció una fan, la hija quinceañera de Rosendo. Le pidió un autógrafo. No tenía birome. Entraron a buscar la de la caja. No tenía tinta. No encontraron la suplente donde se suponía debía estar. Recurrieron a una de las mesas. Los que leían libros debían tener una. Tampoco. Lollo se fue, quizás apurado por alguna sustancia, pero antes le pegó una patada a una silla por la mala suerte y lastimó a su fan. El juicio fue inevitable. Es un personaje público, pero esa vez quedaría solo. Fue a tocar ante los abogados como un stone, sin saber lo que planeaban «Karina Noemí y otros», que vendrían a ser Rosendo, su hija y los otros dueños del bar. Y pensar que en La Rural los bogas le hablarían de la industria del juicio. En fin. «Es la guitarra del boga… chara, chara cha chan».