Mi primo, el imputado (y yo, el sumariado)

Está bien que se quieran. Y que se traten con un gran afecto aun de grandes. Para algo son primos. Tantos veranos o tardes juntos en la niñez y hasta la adolescencia compartiendo secretos, aventuras y la vida, en fin… A falta ambos de hermanos de sangre bien valen los hermanos del alma. Aunque sean primos. Pero de ahí a ponerle a su primo en la carátula de un expediente que lo involucraba esa cercana y coloquial palabra cual nombre propio -«Primo»- ya hay un largo trecho inadmisible por la edad y función. Por si no quedó claro: el primo empleado judicial no tuvo mejor idea que caratular el caso de su primo no judicial con la palabra más cercana que tenía para identificarlo: primo. Los sumariantes tuvieron en cuenta a la hora de la absolución no solo el tema del parentesco y la desfavorable situación judicial de su querido caratulado sino también que el sumariado era un ferviente defensor de hacer más amigables los tediosos expedientes tribunalicios para aggiornar el lenguaje judicial. El primo judicial sumariado fue liberado de culpa pero el primo imputado no lo sabemos. No miramos la sentencia.