Salvatierra contra el sol o el juicio universal

Claro, con ese apellido el hombre se sentía predestinado. Y más aun cuando logró recibirse de abogado. Sus amigos le decían que había tocado el cielo con las manos. El Gordo Montaña, la bella Nieves y hasta el francés Grinpís. Pero su objetivo era más modesto, aunque parezca mentira. Solo quería al sol, no todo el cielo. Esa era su meta desde su crianza en los bosques de Vuriloche, como se enteró de más grande que así debiera haberse escrito en castellano al ser fundada el nombre de su ciudad natal, Bariloche. «Furilocte», le repitió como cincuenta veces el mapuche trucho Cosquilleo una noche en el cerro Toto al explicarle la pronunciación. Como no podía ser de otra manera, su primera demanda fue contra el sol. Pese a disfrutar como todos de todos sus prodigios, Salvatierra lo acusaba de no ser constante y regular en la emisión de sus rayos. Como si de una compañía eléctrica se tratara y que debiera funcionar siempre a 220kv. Lo había estudiado en el Instituto Balseiro en sus ratos libres mientras cursaba abogacía a distancia. Logró probarlo a través de unas pericias tan raras como largas que estiraron el litigio por varios años. Nueve veces lo intentó, como dice la carátula. A él eso no le importaba. Tenía todo el tiempo del mundo. Era el juicio de su vida. Y lo ganó. Claro, el tema fue cuando el sol, ante la derrota, se rayó y dejó de emitir sus rayos. Fue el fin del mundo. Pero él se salió con la suya.