Un crimen, la historia patagónica y mil palabras al viento

Sale a subasta una versión nunca vista de «El resplandor»
Jack Nicholson, en El Resplandor. Enloqueció al cuidar un hotel vacío en invierno.

A veces, sino la mayoría de ellas, para resolver un crimen no hace falta más que ir a la hipótesis más simple. Quizás con menor regularidad, la fórmula también funciona para entender importantes decisiones políticas o solucionar de la vía más directa el más acuciante problema personal que se tenga. El homicidio en El Calafate de Fabián Gutiérrez, el millonario ex secretario privado del multimillonario matrimonio Kirchner, parecería ser uno de estos casos donde la simpleza vence al caleidoscopio. Pero con un valor agregado no muy rebuscado.

No se trata aquí de revelar detalles del crimen que no se conozcan ya públicamente -tampoco es que se haya topado uno con novedades discordantes con lo que se sabe- sino mas bien de reflexionar sobre lo que ya se ha puesto sobre la mesa, sobre todo por la cantera inagotable de especulaciones y sentencias de las redes sociales sobre el móvil del crimen replicadas en portales de internet y medios tradicionales. Hoy, lunes, a cuatro días del homicidio, se conocerá oficialmente el resultado de la autopsia. Y aquí el motivo de este texto, que tiene que ver con la Patagonia, el escenario del hecho.

Antes de morir, Gutiérrez fue torturado durante un largo tiempo en su casa, según dijeron fuentes cercanas a la investigación. Y luego enterraron su cuerpo en el jardín de una propiedad de uno de los acusados detenidos a 25 cuadras de allí. La autopsia dirá si la causa final de su muerte fue asfixia o desangrado. Tres marcas de cuchillazos en el cuello, al menos dos fuertes golpes en la cabeza y signos de ahorcamiento serían los tres elementos sobresalientes.

La descripción le hizo acordar a este cronista con varios metros caminados en la estepa patagónica al homicidio del policía Jorge Sayago, ocurrido en 2006 en la ciudad de Las Heras, también en la provincia de Santa Cruz, durante un paro de trabajadores petroleros y a las puertas de la comisaría del pueblo que debía custodiar. Casualmente Gutiérrez había nacido en ese mismo pueblo en el medio de la nada y caracterizado por las bolsas de plástico que el viento deja aferradas a los alambrados de las propiedades de los límites de la ciudad.

La autopsia, en ese caso, indicó una suerte de linchamiento a palazos y patadas que destrozaron todos los órganos vitales, amén de un balazo a distancia. Espeluznante. No vale la pena el detalle de la misma revelado a este cronista, papeles en mano, por el funcionario de más alto rango del área del poder político provincial que seguía el caso in situ. Pero sí le llamó la atención la brutalidad para con alguien indefenso.

Y la cuenta sigue, con mojón primigenio quizás en las protestas anarquistas de los trabajadores rurales de la llamada «Patagonia rebelde» a principios del siglo XX o aún más atrás, en los crímenes de comerciantes llegados al «lejano oeste» argentino y atribuidos a los pueblos originarios invadidos o, mejor dicho, a quienes cruzaban del otro lado de la Cordillera de los Andes. O quizás a las barbaridades previas de la llamada «Conquista del desierto» de la naciente república.

La oposición de Juntos por el Cambio -y seguramente buena parte de sus votantes- vincularon inmediatamente el crimen con el rol que había cumplido la víctima con los Kirchner, las acusaciones de enriquecimiento ilícito que pesaron sobre él y su declaración como «arrepentido» en la causa conocida como «los cuadernos de las coimas» que, según la acusación fiscal, recibía la entonces familia presidencial de parte de empresarios.

Las pruebas del caso por ahora no llevan ese rumbo sino más bien a lo que el juez calificó de entrada, en su inusual verborragia para una investigación que está en pañales. «Pasional extorsivo», dijo Narvarte sobre el móvil del homicidio. Pasional, porque presuntamente Gutiérrez habría contratado servicios sexuales de un joven de 19 años, según informó el colega Raúl Kollman en Página/12. Y extorsivo porque sus victimarios supuestamente iban en búsqueda del dinero de la corrupción que se creía tenía a partir de su pública situación judicial, quizás con alguna deuda con el padre de uno de ellos. «Son pibes a los que se les fueron las cosas de las manos», llegó a decir el juez sobre los acusados.

Además, el viejo dicho de «pueblo chico, infierno grande» tampoco es ajeno al rompecabezas. El más joven de los cuatro detenidos veinteañeros, Facundo Zaeta, es nieto de un escribano que trabajó para la inscripción de propiedades de la familia Kirchner, obviamente al igual que su hermano también arrestado. Y los otros dos involucrados son nietos de un ex intendente del pueblo. Familias «pioneras», como se dice en el lejano oeste del Sur. Para completar, la fiscal a cargo es la hija de la gobernadora provincial y sobrina de los Kirchner.

Cuarentena mediante, con saturación de series y películas por internet, nieve, oscuridad y montañas en el paisaje, la historia se asemeja el inicio de un policial nórdico que bien podría albergar Netflix. Claro que allí siempre hay al final un caso que se resuelve. Y ya se sabe: El Calafate queda en Santa Cruz y es parte de la Argentina. Recién vamos por el primer capítulo. Todo puede pasar en los que vienen. Pero nada al final.

NdR: La alusión de la foto al actor Jack Nicholson, protagonista de la recordada película El Resplandor, dirigida por Stanley Kubrick y basada en una novela de Stephen King, tiene la siguiente razón de ser. En 2007 cubrí para el diario Clarín la elección para gobernador en Tierra del Fuego junto con el fotógrafo Juan José Traverso. Era invierno, es decir baja temporada para Ushuaia. El hotel reservado por el diario era uno de los mejores de la ciudad, sobre el cerro que a sus espaldas alberga al glaciar Martial. Pero no había casi nadie. Apenas una pareja de italianos que vimos al primer desayuno. Y sólo los empleados uniformados. Y estábamos lejos del centro, aunque allí sea todo cerca. Léase las fuentes, la casa de gobierno, la Municipalidad, etc. Fumadores ambos, tras el primer almuerzo salimos a dar nuestras pitadas bajo el alero de la entrada y rodeados de nieve. Casi sin decirnos palabra, decidimos abandonar el lujoso hotel y trasladarnos a otro del centro. Lo de las fuentes y el trabajo era la excusa. Nos dimos cuenta los dos que en cada salida de la habitación temíamos encontrarnos con el hijo de Jack Nicholson en la película pedaleando su triciclo en los pasillos al grito enloquecido de «Redrum, redrum, redrum». Murder, leído al revés. Asesinato, en idioma castellano.