«El Peque» Oyarbide: ¿qué tenía finalmente el petiso?

Falleció el juez que desnudó sin tapujos la influencia de la política en la Justicia.
Mirar para otro lado. Diego «Peque» Schwartzman en su último partido ante el «gigante» Anderson.

Desconocemos si Norberto Mario Oyarbide compartió vez alguna un escenario con Ricky Maravilla, el de la canción de «el petiso que las vuelve locas». Podría aplicar el estribillo, según cómo se mire y a quién le toque, claro. A él se lo conocía en Tribunales como «el petiso» pero la locura, se sabe, no tiene género. Sí es famoso su video, piano en dedos, micrófono en mano y pies sobre las tablas en un escenario junto al rey cuartetero cordobés, Carlos «La Mona» Jiménez. Lo cierto es que los dos artistas así oficialmente reconocidos -Ricky y La Mona, de 75 y 70 años, respectivamente- estaban vacunados contra el coronavirus Covid-19. No así Norberto Mario, el pretenso artista que sí era o había sido juez oficialmente reconocido. Se fue anteayer a los 70 años. ¿Qué tenía el petiso? Covid. ¿Algo más?

«Falta de decoro y delicadeza», dice paradójica y genéricamente una de las causales de destitución por la que casi pierde el cargo oficial que al final le dio una generosa jubilación hasta su lecho de muerte por razones que veremos aunque hayan sido hartamente dichas. Pero dudosas palabras para explicar su proceder a la luz pública de lo que fue su vida, tanto la oficial como la extraoficial. Decoro y delicadeza. A propósito: ¿cuándo termina la vida de un juez y empieza su vida privada? ¿Es full time? ¿No hay horas extras siquiera? No se trata solo de eso, Lucio. Papá era juez. Y no pasaba de los 80km/h que marcaban los carteles de la vieja ruta 2 camino a las vacaciones en Mar del Plata o Miramar. Tampoco iba al Casino.

El viejo dicho afirma que la mujer del César no solo debe ser sino también parecer. Aplícase para los funcionarios públicos como los magistrados. Allí está, por caso, el de la llamada primera magistratura, Alberto Fernández, explicando un encuentro familiar numeroso cuando no podía haber encuentros familiares numerosos por sus propios decretos. Al igual que el Presidente, Oyarbide, que como todo juez también firmaba decretos, no solo estudió y aplicó a su modo el derecho romano sino que además gustó de las expresiones artísticas de ese imperio fuera de los tribunales, tratáranse ellas de vivientes gladiadores, ampulosas estatuas o fiestas dionisíacas aunque griegas fueran estas. ¿Y la mujer del César, Lucio? ¿Qué mujer? ¿Fabiola? No. Aquí hay solo César.

L-Gante. De moño y galera Oyarbide fue el año pasado al programa PH, de Telefé.

Ocioso es reiterar lo que ya se recordó por estas horas en todos los medios. Que Oyarbide prácticamente admitió ya fuera de la magistratura haber pactado el sobreseimiento de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de la acusación de enriquecimiento ilícito entre copas de champán ante agentes de la Secretaría de Inteligencia, el contador de los acusados y una perito de la Corte Suprema. Que armó una causa con escuchas telefónicas de dudosa legalidad contra el futuro presidente Mauricio Macri cuando a éste le faltaba mucho para serlo y que sin embargo luego él facilitó su generosa jubilación en lugar de propiciar su destitución. Que levantó un allanamiento en plena ejecución contra alguien poderoso por un llamado del poder. Que protegió proxenetas luego de haber perseguido publicaciones de contenido homosexual como las revistas El Porteño y Cerdos&Peces, etc, etc, etc. Ya habíamos escrito aquí de otro juez de la famosa servilleta menemista partido de Comodoro Py el año pasado.

«Espartáculos», le escuché decir ayer por radio a un colega habitualmente equívoco en alusión al prostíbulo en el que fue filmado el difunto magistrado en actos sexuales con un simil gladiador. El nombre del antes y después en su vida es Spartacus. Pero en todas esas causas y en cientos que sería largo y tedioso enumerar y hasta identificar y encontrar hay un denominador común: los servicios de inteligencia. Se supone que ellos responden al poder político o, mejor dicho, al Estado. Uno y otro encontraron la debilidad de Oyarbide y la usaron a piacere. Eso se llama extorsión.

Menos ocioso y hasta divertido y esclarecedor sería recordar las anécdotas de colegas y no tanto con el difunto. La que más me intrigó es la que indica un reciente robo en el edificio en el que vivía, donde llenó de obras de arte de dudoso gusto espacios comunes y hasta habría puesto cámaras de seguridad para monitorear desde su lecho de enfermo, como dijo el colega Gabriel Levinas en Radio Mitre. ¿Qué tendría el petiso en su casa y temía le robaran? El texto que más me gustó fue el del fiscal Federico Delgado, seguramente por conocimiento de causa y personaje.

Mi anécdota es más simple y útil a los fines de esta nota. Cubrí el regreso del juez de marras a los tribunales de Comodoro Py para el diario Clarín tras su ignominioso e involuntario paso por los medios por el escándalo público del video en Spartacus y su salvataje del juicio político de destitución en el Senado el mismo día del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York. Más de tres años de licencia psiquiátrica y allí retornaba el juez vilipendiado a su juzgado. No había teletrabajo en aquella época sin pandemia. Bien le hubiera gustado a su señoría esa opción ese día. O no. Le hacía frente a las balas.

Petisos inflados y pequeños gladiadores

Como buen petiso Oyarbide (1,60m) infló el pecho y subió al ascensor que tenía inscripta en una de sus paredes de metal, seguramente con una llave, la leyenda «Oyarbide puto». Lo mismo vi ese día en uno de los asquerosos baños del edificio emblema de la Justicia argentina. El asunto es que debía entrevistarlo tres pisos arriba y Hermenegildo «Menchi» Sábat lo había dibujado el día anterior para el diario de esa jornada en sunga y con una serpiente subiendo su entrepierna. No era lo mejor para simpatizar con la fuente. Lo entrevisté a Oyarbide y me di cuenta que todo le chupaba un huevo. Perdón por la falta de decoro y delicadeza. Las balas le resbalaban.

Su final profesional es conocido. Quiso seguir aferrado a su sillón y martillo a toda costa pero el poder ya no era peronista, como aquel Senado de setiembre de 2001 y los años subsiguientes. Aunque no tuviera los votos necesarios en el Consejo de la Magistratura el gobierno de Mauricio Macri lo engatusó a poco de desembarcar en la Casa Rosada y se lo sacó de encima. Eso sí, volvió a zafar del juicio político y mantuvo casi intacto su sueldo, ahora jubilado, aunque por su nivel de gastos pareciera que no hubiera dependido de él.

Volvamos a la foto de arriba. Schwartzman es hoy el gladiador de los tenistas argentinos. Destaca por su baja estatura (1,70m) y su alto ranking a nivel internacional (hoy día 14). Llegó a estar entre los diez mejores. Por algo le dicen «Peque» y así se lo conoce en el mundo del tenis. Quise reflejar su gran pequeñez al hacer una captura de pantalla de su último partido, ante un sudafricano blanco de 2,03m, por si algún día necesitaba una imagen alusiva al escribir y publicar algo sobre desigualdades o desiguales, quienes ellos o ellas fueran.

Pero fallé en la captura. El gigante de dos metros salió agachado en la foto. «Bueh. Sirve igual», pensé. Al rato me enteré de la muerte de Oyarbide, «el petiso». Y en la foto «el Peque» miraba para otro lado y no al gigante arrodillado. Lo mismo el juez del partido detrás de ellos. Justo. La casualidad y el arte también existen en el periodismo. Periodismo artesanal.

NdR: por las dudas lo aclaro, el canal que miraba era ESPN pero la imagen original creo que de TennisTV y vaya a saber antes de qué tercerizada.