Pero ¿es posta?», preguntó con una sincera duda. No sabía si lo estaban engrupiendo o si todo estaba bien. «Es posto, quedate tranquilo», le respondió su interlocutor. «¿Es posta o es posto?», repreguntó confundido. «Posta, posta, está todo OK, fijate», retrucó el hombre al darse cuenta del fallido. El se llama Sposto mas no se había presentado con su verdadera identidad para esta transacción. Agustín, novato para estas lides, jamás había visto como método de pago unos papeles que se suponía eran acciones de una empresa fúnebre. Una cochería, bah. El solo quería vender su auto pero evitar pagarle a un intermediario. Miró los papeles de arriba a abajo, de frente y dorso, pasó sus dedos sobre los sellos y las estampillas y hasta olió el papel, por cierto viejo. Indeciso aún, atinó a un método policial extremo, el penúltimo recurso antes de la fuerza pública y hasta las armas de fuego, el refugio de todo policía como el que también él creía llevar dentro en ese instante. Se ve que ya le había picado el bichito de la duda. «¿Me podés mostrar tu documento?», le pidió. «¿Decís el DNI?», inquirió Alejandro. «Sí, el DNI», contestó Agustín. El hombre accedió y allí el vendedor se dio cuenta finalmente del timo. Todo por el fallido de unos segundos antes. «Así que vos te llamás Sposto…», soltó con otro plante, ya definitivamente de poli. «Sí. ¿Por qué? ¿Conocés a alguien con mi apellido?». «Andáaaa…», espetó Agustín. «Pero ¿qué pasa? Es posta», se defendió el comprador. Agustín puso papeles y DNI en el bolsillo del saco de su interlocutor previa memorización del número del documento y nombre de la cochería y se fue derecho a hacer la denuncia. No comprendería luego lo del dolo en la carátula. Cosas de abogados, diría a sus amigos al recordar la anécdota.