Funes, el memorioso, en pelea estelar contra la experta

Sí, después de Funes y debajo del borroneado dice «el memorioso». Y justo a él se le ocurrió hacerle un juicio a una mujer experta que aseguraba todo lo que decía mientras esperaban su turno para comprar pescado en la feria ambulante del sábado en la plaza del barrio. Funes venía más fresquito que nunca porque era muy temprano. Sabidos son sus problemas con el sueño. Estaban hablando sobre la firma de Olarticoechea, el jugador de Racing, equipo del cual ella era fanática. La firma manuscrita. Sí, el trazo. No me pregunten por qué pero en eso estaban.

Diana, la vecina, aseguraba que la firma de Olarticoechea era un garabato rudimentario con una forma de O inicial, muy grande, vuelta a redondear en el mismo movimiento y que seguía luego en un brevísimo desliz hacia la derecha que se perdía rápido en dos rulitos. Se basaba en un autógrafo que llevaba en su billetera cubierto en un celofán cual foto carnet. «¿Ve?», preguntó con el tono de quien afirma y no pregunta tras exhibir la prueba. Funes, que no tenía buena vista, asintió como quien admite en el kiosco que le dieron de más en el vuelto. Cuando la mujer creía saldada la discusión y Funes simulaba ver los perros que paseaban por la plaza, apareció el memorioso.

«No es así. Yo vi su firma cuando compró su primer auto. Era el de mi padre. Un Torino azul que tenía roto el espejo retrovisor y dos agujeros en el caño de escape. El no se dio cuenta. Era joven. Y su firma no era un garabato sino una obra de arte. Primero una O grande pero no mucho, después un larti de corrido, casi como si fuera un bordado, al lado un dibujo muy imperceptible de un coche, precisamente un Torino, y al final una A en mayúscula», recordó Funes. «Pero su apellido era Olarticoechea, no Olarticochea», le advirtió Diana tras pensar unos segundos. «Es que creía que se llamaba Olarticochea ya desde el colegio. Eso nos dijo el día de la compraventa. Era un sábado de lluvia», memoró Funes. Diana, la experta, quedó muda hasta que le tocó el turno de pedir su merluza.