Fernández al cubo, o Cristina, Alberto y yo

Nobleza obliga, aunque veremos que no estrictamente, la inesperada y novedosa fórmula presidencial de la que se habla en todos los medios lleva inexorablemente a este humilde escriba a reclamar su lugar en el «espacio». Al fin y al cabo, Fernández los tres somos: Cristina, Alberto y yo. Lindo título para el inicio de algún cuento, novela o canción, quizás el arranque de este texto. Aunque me quedo con el original: Fernández al cubo.

Sabido es que los Fernández somos originariamente los hijos de un Fernando. Así como los González lo son de un Gonzalo, los Martínez de un Martín y los Pérez de un Pedro, como sospecho también en este último ejemplo tras una vieja investigación para un inconcluso proyecto de cuento con personajes que se llamaran justamente de esa manera: Fernando Fernández, Gonzalo González, Martín Martínez, etc. Tradición europea del origen de los apellidos. Como la terminación «son» (hijo) en el idioma inglés (Wilkinson, Robertson, Peterson, etc, etc) o incluso Escandinavia (Günnarson, Johanson, Lennarson, etc, etc) y más culturas que ya no me acuerdo.

Sin embargo, el primer resultado del primer buscador de internet, hoy, mayo de 2019, nos indica como origen del significado del apellido Fernández al rey Fernando I y sus luchas desde Navarra contra los franceses por el territorio que hoy es España. Y que Fernández implica «guerrero», acepción que no sería inadecuada para Cristina, aunque no está claro esto último respecto de Alberto y Lucio. Hay quienes dicen que ello no es correcto y que el comienzo del apellido se extiende a toda España y no sólo Navarra. Por eso la aclaración del principio sobre «nobleza obliga».

Lo cierto es que el apellido Fernández de doble exposición en la actualidad electoral argentina aunque con poca chance de llegar a la contienda final de octubre sino para negociar en la previa, según el humilde análisis de Lucio, siempre fue el de menor envergadura en la oferta de las boletas en las que apareció la ahora precandidata a vicepresidenta Cristina, aún en los tiempos de Santa Cruz, según recuerdan los memoriosos consultados por este cronista vía telefónica en ese terruño y fuentes judiciales que intervinieron en la aprobación de las mismas.

Más cierto, claro y obvio aún es que el apellido Kirchner siempre apareció junto al Fernández, la mayoría de las veces más grande, como ocurrió en las cruciales elecciones presidenciales de 2007 y 2011 en las que la candidata era Cristina y no Néstor. Como marca. Apellido de soltera y APELLIDO DE CASADA, así, bien grande. Dato no menor, si se tiene en cuenta que la ciudadanía que vota no es sólo el círculo rojo y que muchas veces su decisión se basa en los nombres que ve en las boletas en el cuarto oscuro a la hora de los bifes.

Pero lo que siempre llamó la atención de Lucio fue que aún muerto Néstor, los grandes medios -incluso los más enfrentados con el entonces poder de turno- siguieran llamando a Cristina como Kirchner y no como Fernández, que era lo más adecuado y correcto dada su condición de «viuda de». Así, no hacían más que cimentar su leyenda a través de los títulos «con letra de de molde» que ella misma criticaba con la marca Kirchner y el más despreciable y largo apellido Fernández ignorado. Porque ¿adónde lleva Google? ¿A Fernández o a Kirchner? A Néstor, obvio, si le pusiste su apellido. Calavera no chilla.

Recién ahora, mayo de 2019, empezó a hablarse de Fernández, por el otro Fernández, Alberto. Y entonces escuchamos, a propósito de la nueva prefórmula electoral, que casi todos los medios la identifican como Fernández-Fernández, quizás y seguramente por la típica simpleza periodística. Pero por ello es que reclamo mi lugar en la fórmula, o algún cargo, je. Fernández también soy, descendiente de uno que un buen día se fue de Asturias al «Nuevo Mundo» del dominado y casi destruido Imperio Inca.

Y si hay algún carguito también para el inglés Moores, bienvenido, je je.

Lucio Fernández Moores