¿Mala praxis periodística o tergiversación deliberada?

Seguramente tenga menos adhesión que la que logré con los dos cuidadores que nunca supe si acudieron a mi rescate por los gritos de “¡assshhhhuuuudaaaa!” (léase ayuda), cual personaje de Juana Molina en Juana y sus hermanas, o porque simplemente me trataba del último turista que había ascendido a esa tremenda roca en Ongamira al atardecer y con zapatillas náuticas y había que ir a buscarlo.

Mi pedido de auxilio retumbaba en las sierras y éstas multiplicaban el mensaje con el eco, pero creo que hacia la dirección incorrecta. Lo sorprendente es que no perdía la calma y hasta sonreía por mi destino. El asunto es que me resbalé en el descenso al equivocar los escalones horadados en la roca y quedé pendiente de un peñasco en las sierras cordobesas, apenas aferrado por mi pie derecho a una saliente no más grande que el tamaño de un teléfono celular moderno, pero con diez veces más de panza, a unos 150 grados de caída libre de unos tres o cuatro metros hacia más roca y arbustos.

Podría haberme fracturado algún hueso en caso de defección, o haber dañado mi columna vertebral o golpeado mi cabeza y eventualmente morir en el cementerio de los comechingones. Pero no fue así. Me mantuve estoico y calmo aferrado a ese minipeñasco a partir del equilibrio del cuerpo basado en el pie derecho al que acompañó luego un «amarre» similar del izquierdo. Los dos cuidadores del lugar, ya con las primeras estrellas brillantes en el cielo, llegaron hasta mí y con un lazo que uno de ellos debió ir a buscar a la casa lograron devolverme a tierra firme, o mejor dicho, a la parte semiplana de la roca. Mi primera y única experiencia en el rápel.

Como agradecimiento invité la cerveza en la base del lugar, frente a una gruta con una virgen en homenaje a soldados caídos en la guerra de Malvinas. Y al rato regresaba en el auto, sano y salvo, hacia mi refugio vacacional en Capilla del Monte, ladeando el cerro Uritorco en un viejo y bajo automóvil japonés de caja de cambios automáticos totalmente inadecuado para el ripio, tanto como mis inoportunas zapatillas náuticas para escalar -y bajar- la enorme roca del mirador La Calavera, en Ongamira.

Las adhesiones que busco ahora no son casi de vida o muerte aunque sí tengan que ver con la supervivencia del periodismo. ¿Una tarea inútil? Parece que sí, pero el orgullo y la vergüenza me obligan a creer todavía que no. ¿Y a cuento de qué viene toda esta perorata?

A que en estos días de pandemia, coronavirus y cuarentena uno no deja de sorprenderse con las inexactitudes que se “informan” por los medios, desde los más grandes hasta los más chicos que las replican, y viceversa, incluidas las maravillosas y a la vez detestables redes sociales, en torno a las personas que salen de las cárceles por disposiciones excepcionales de la Justicia para evitar contagios masivos en lugares de hacinamiento.

El más mínimo chequeo, regla periodística de primer orden, refutó rápidamente varios de los casos que se repitieron por la tele, radios y portales de supuestos liberados por el coronavirus que en realidad lo habían sido por otros motivos o antes de la pandemia y las resoluciones excarcelatorias -morigeradoras de las penas, en rigor- firmadas por los jueces en estos días de prisiones domiciliarias a granel.

El de Federico Benvenuto fue uno de ellos. La sala III de la Cámara Nacional de Casación en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal lo liberó la semana pasada y al día siguiente robó en una heladería del barrio de Almagro. Eso era lo que decían y repetían erróneamente los medios, porque su caso no tenía que ver con el coronavirus. Hubo honrosas excepciones, aún dentro de un mismo medio que refutaba lo que se había dicho en otra nota que salía al mismo tiempo sobre el mismo tema.

Benvenuto fue declarado inimputable por sus problemas psiquiátricos y por eso lo liberaron en una causa por otro hecho similar ocurrido el año pasado. Lo habían mandado al Borda pero se escapó. Y ahora lo pusieron a disposición de un juzgado civil pero terminó en la calle tras ser liberado. Todo ello constaba en una resolución de acceso público a través del Centro de Información Judicial firmada y subida a la web el día anterior.

Sin embargo, hasta cuatro o cinco días después de conocido el hecho, casi todos los medios y periodistas seguían diciendo que había sido liberado por el coronavirus. Quizás el error haya partido de la fuente original. El parte policial indicó que Benvenuto se jactó ante sus captores de que al día siguiente quedaría libre por el coronavirus.

Otro caso fue el de “un preso recientemente liberado” que fue a matar a su esposa apenas quedó libre en Campana. Al menos así se presentaba la noticia. El hombre había sido excarcelado el 12 de octubre de 2019, no a fines de abril de 2020. Pero para algunos medios su libertad era reciente, aunque hubiera ocurrido medio año atrás.

De nuevo: el chequeo de archivo con el nombre del acusado disipaba rápidamente las dudas. Y así algunos casos más. La pregunta es: ¿mala praxis periodística o tergiversación deliberada? Uno supone que es lo primero, pero desde el oficialismo afirman que es lo segundo.

Sea cual fuere, las prisiones domiciliarias otorgadas a personas que supuestamente no reunían los requisitos pautados para orientación por las cámaras de casación penal federal y la nacional que funciona en la Capital Federal fueron la noticia de estos días. Pero el foco, al menos en este texto, es reflexionar sobre cómo se informó en un tema sensible a la sociedad. Si hicieron bien o mal los jueces será motivo de otros textos.